Artista Visual

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Desarrollo un proceso de crecimiento profesional en el ámbito de las Artes Visuales Contemporáneas y el Diseño Gráfico. Desde hace unos cuantos años he tenido la oportunidad de formar 10 generaciones de Técnicos Medios en Artes Gráficas, así como la oportunidad de desarrollar variadas investigaciones para la práctica curatorial en el ámbito de las Artes Visuales.

miércoles, 22 de abril de 2020

En medio de una pandemia recuerdo mi pasado junto Allan Poe




Dos cosas me caracterizaron desde niña, lo mucho que leía y lo mucho que dibujaba. Me costó aprender a leer y hoy día me sigo preguntando; ¿por qué me costó tanto aprender a leer? Llegué a la conclusión que fue un rechazo a la presión que me ejercía la profesora, el colegio y mi madre, aclaro que esta última no tenía la culpa, ella cumplía con su deber de madre. Lo cierto es que cuando logré aprender me dio por leer el periódico y les cuento que tenía como 8 años. En las tardes mi abuela me lavaba el cabello, me lo desenredaba comiendo naranja y leyéndole el periódico, ahí fue cuando descubrí que leer me permitía conocer hasta lo que no me imaginaba descubrir. Jugaba con cucarachas, eran mis amigas, las sometía aún baño porque eran mis pacientes, las cuales dominaba a mis deliberantes operaciones como cirujano de cucarachas, todas salían cadáveres. Creo que todo esto era por ser hija única en ese momento y crecer entre adultos. Jugaba a las muñecas y recuerdo las inigualables mujercitas de papel que debía recortar con sus vestidos y zapatos, construí infinidad de películas con estas chicas, la hojita costaba 1bs en aquel entonces y las tenía pelirojas, catiras, morenas y de cabello negro, todas para mí eran ejecutivas y les dibujaba otros vestidos para cambiarles de traje al otro día, tal como veía a mí mamá salir a trabajar al banco, como una ejecutiva. 

Fui creciendo y cuando ya tenía mayor seguridad de caminar sola por las calles del pueblo, mi abuela me lo permitía. Un día de regreso a casa saliendo del colegio, tenía como 10 años, descubrí que existía una biblioteca pública y la tenía a una cuadra de mi casa, como a esa edad ya me dejaban hacer mandados a la bodega, una tarde de esas que mi abuelita me ordenó ir a comprar galletas para la merienda, me fui a la biblioteca. Fue como entrar dentro del sol, todo brillaba, los estantes con millones de libros, así los veía, los libros que tanto deseaba y no los podía tener en casa. Salí corriendo, compré las galletas y me fui a casa sin decirle nada a nadie de que había estado en la biblioteca, ese era mi secreto, de ahí en adelante cada vez que me mandaban a comprar algo en la bodega me iba rapidito a la biblioteca, así por un año, entraba a observar y salía corriendo, hasta que un día una señora alta con un cabello brillante me dijo: “ven niña. ¿qué quieres? Siempre te veo que entras y sales corriendo, ¿qué te gusta? ¿Leer o dibujar?, ¿mira vamos a comenzar un curso de dibujo y lectura, te gustaría participar con los otros niños? (…) ella se presentó y me dijo: ¿me llamo Zaida y tú? Salí corriendo sin pensar que a partir de ese momento comenzaba mi hermosa amistad con esa mujer, los niños y la biblioteca. Convencí a mi mamá y a esa edad emprendí mi proceso de formación con la lectura y el dibujo, ese fue el comienzo de mis grandes pasiones. Fui creciendo dentro de esas estanterías, todas las cotas de los libros de la sala infantil me los conocía, llegué al punto de confianza que me prestaban los cuentos para niños, me los devoraba y así como avanzaba con mis tardes de dibujo y pintura, por cierto, no recuerdo el nombre del profesor de arte, pero si tengo en mi memoria sus gigantescos bigotes. 

En esa época, les estoy haciendo referencia como al año 1988, entre libros y dibujos fui descubriendo la historia, el arte, la mitología y el mundo. Tendría como 12 años cuando me topé con un cuento, pensé… ¿Será que me podré leer este cuento? Me dijeron que era un cuento para adultos y más a mi favor porque me lo dieron en préstamo, hoy con esta Pandemia vino ese recuerdo como si fuera ayer. El relato se llama “La Máscara de la muerte roja” de Edgar Allan Poe. Era un título realmente terrorífico para una niña de 12 años, un título que me atraía y me atreví a leerlo, hoy recuerdo lo duro que fue leerlo en la mente de una niña, a medida que avanzaba el corazón se retorcía. Por causa de ese cuento odie las máscaras mucho tiempo, me generó como una especie de fobia que fui con los años superando y es que si algo me generó pánico era que en las noches me llegara ese huésped con la máscara que siempre me la imaginé en forma de cadáver y toda llena de sangre. Era la representación de la peste roja que da muerte al Príncipe Próspero, recuerdo que ese es el nombre del protagonista. Considero que es valioso que retome la lectura en estos momentos de ese relato, ya no con la mirada de una niña de 12 años, sino con la mirada de una mujer que está en el medio de millones de personas ante una Pandemia Mundial, donde la peste no tiene máscara , es invisible y somos nosotros los que debemos tener el tapabocas, tal vez, es ese tapabocas, la representación simbólica de  la máscara en la muerte roja de Allan Poe.  

No sé ustedes, jamás imaginé verme en mi historia personal, finalizando la primera década del siglo XXI en medio de una pandemia con un nombre tan plástico, cibernético y hasta con código COVID-19, confrontado por la ciencia médica del siglo XXI. Las especulaciones, los debates mundiales de las sociedades de poder, es tal cual como ver los debates del Imperio de STAR WARS y es que en estos momentos mi memoria me traslada a esas películas de ciencia ficción que allá por los ochenta y noventa hacían alusión al año 2020 como el futuro de la humanidad, y aquí estoy, en el año 2020 viviendo el indicio del futuro de mi hijo en una variedad de escenas que te sacuden y te hacen reflexionar “¿Será que así va ser el futuro?”.  Hoy, me doy cuenta que definitivamente no es nada alentador, si como seres humanos no nos proponemos hacer un cambio profundo y significativo como individuos sensibles al otro y al planeta, estaremos entrando en una era de destrucción masiva. Encerrada en mi hogar, en medio de las calles, en medio de otras casas que ya no son vecinos, o transeúntes que día a día suben y bajan sometiéndose a una explosión de contaminación, el cercano, el que escucho en su intimidad familiar, porque ya formo parte de su intimidad, gracias al silencio de esta cuarentena. Eso sí que me ha condenado aún profundo abismo, en especial las noches oscuras, extremadamente negras ante la ausencia de la luz artificial porque ahora vivo de apagón en apagón y solo iluminados por la luna. Esto me ha proporcionado constantes insomnios, de lo cual, dicho sea de paso, jamás sufrí. Cómo me ha costado conciliar el sueño y es que me di cuenta, mi cuerpo, en fin, todo mi metabolismo se había adaptado a una ajetreada vida con espeluznante y sórdido día a día de todo tipo de contaminación. Me depuro, depuro mi cuerpo, tratando de encontrarme con aquella que creció en el silencio, en oscuras noches, inundadas de estrellas que olía a naranja y tierra mojada, se perdió, se fue diluyendo con los cambios que la vida le proporcionó a medida que crecía, así me hice mujer.  

Cada año mi madre como parte tal vez de un patrón social y muy arraigado en mi familia era el hecho de hacerme la foto carnet, esa foto que se entregaba al colegio todos los años comenzando la escolaridad o la foto para la ficha de inscripción de aquellos cursos de dibujo, sino, la foto para el carnet de la biblioteca, lo que fuera necesario. Ese juego de fotos, exactamente iguales y que debía renovar todos los años. Me di a la tarea al menos de guardar la foto que me quedaba y así fui coleccionando una a una sin una razón de ser, ahí siempre guardando la foto carnet en un álbum como rito familiar. Hace un mes, cinco días antes de comenzar la cuarentena, me había dado cuenta que tenía ya cuatro años sin tomarme esa foto carnet, tal vez porque las circunstancias de país ya no eran las mismas para ir a un fotostudio y cubrir el costo de copiado o porque a la final envejezco y no lo veo necesario. Al verme encerrada, reconociéndome, reinventándome y redescubriendo sensaciones olvidadas, me dió por buscar mis álbumes familiares. Al toparme con esas fotos carnet evidencio los cambios en mi vida, recordé capítulo a capítulo los escenarios que viví en torno a cada año que me tomaba la dichosa foto carnet y me di cuenta que debía tener la foto carnet del 2020, el año del futuro que la Ciencia Ficción y Allan Poe me mostró de niña, lejano en el tiempo y en unas circunstancias planetarias que desde hace mucho tiempo acechaba el individuo con la máscara de la muerte.

Llegué al 2020 he visto cómo las sociedades, los poderes económicos y políticos se confrontan entre sus modelos. La raza humana lucha por la supervivencia en un planeta que ella misma ha desbastado por sus intereses, y nos hemos convertido en la especie más agresiva y depredadora del único hogar que tenemos, el planeta Tierra. Nos olvidamos que somos terrestres y de que somos parte de esa tierra en la que nos desvinculamos por sobrevivir. Es el momento de tomarme mi foto carnet y cuando me veo, frente a la cámara evidencio que soy como el Príncipe Próspero en medio de una Pandemia. Me da escalofríos, he llorado, he reído, he respirado y dejado de respirar porque en estos momentos mi vida depende de un tapabocas, a ratos me permite respirar, y en otro tristemente mi aliento es como un último suspiro. Me veo adulta, he tomado conciencia de que soy una adulta y madre, llegué al 2020, el año del futuro. Construyo mi historia en el medio del pasado y el futuro ¿Es que vivir como una familia del futuro, implica acabar con el planeta y la humanidad? Jamás me imagine amigos vivir mi vida en medio de una pandemia, la decadencia de las sociedades y la confrontación de los colosales poderes de doctrinas políticas. Este disparatado capítulo de ciencia ficción que estoy viviendo deseo que en un abrir y cerrar de ojos, despierte abriendo las puertas de mi hogar, sin tapabocas y sin la máscara de la muerte… a esa niña que crecía en medio del silencio y olor a tierra mojada, ahora anhela refugiarse en los brazos de su hijo para seguir viendo el futuro como aquellas películas de ciencia ficción, muy lejanas a su tiempo y espacio. Me tocó vivirlo, confrontarlo y crecer junto a los que amo, y ahí estoy, apostando a un mundo mejor, más humano, más terrestre, más sabio, más esperanzador.   


Carmen Ludene

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